Extraños

Me duele tu ausencia.

Me desgarra tu indiferencia,

me rompe la espalda tu silencio, 

me desbarata mi soledad.

 

Eliges tu camino

en danza libre, 

mortífero artilugio de amor, 

y eclosiona la esperanza de que me puedas amar,

a mi pesar,

a tu pesar.

 

Inquieta que todo esté suspendido,

tieso, rasguñado, tibio como beso aniquilado

en una noche fría de Neptuno,

cual amor desconsolado,

en carta abrumadora, puerta cerrada,

infinito laberinto de hiedra.

¿Dónde nos escondemos,

acaso jugamos a no entendernos?

 

Nadie me dijo que dolería,

no me avisaron que tu partida fría 

sería al despuntar el alba.

¿Cómo no extrañarse,

si entre los dos hay un bosque de confesiones,

palabras moribundas, 

sueños resquebrajados?

 

¿Cómo no doler tu frío,

tu mirada perdida,

si mis ojos ya no arden, 

si mis maños ya palparon

la dura pared del abandono?

 

¿Cómo reencontrarnos,

en este mundo de reflejos inciertos,

de niebla pálida, de fauces feroces?

¿Con qué autoridad?

Sí: ¿con qué cojones usted viene a mover mi poca y escuálida estabilidad? Sí, usted, no se haga la que no lee, ni ve, ni escucha: entiéndalo. Va y viene con esa locura, con la frescura que la caracteriza. Y va dejando despojos chiquitos de la poca discreción que me queda. Usted no ve el tormento, no sufre de fiebres ni sueños intranquilos. No se la pasa en la Luna ni en Júpiter ni en Saturno ni en Urano ni en Neptuno ni Kriptón, como yo, todo el día pensando en usted. Pensando en su pelo, en su mirada pícara. ¡Ay, maldita frivolidad! No quiere percatarse (o de plano soy un excelente actor) que la busco hasta sin querer, que desde la distancia yo atrapo su mirada felina. No se da cuenta que la vida nos puso en el trayecto, como la vida pone en su lugar a los corruptos en mansiones y al pobre tras las rejas. Véalo, por favor, mujer, usted que nada me ha dado: la voy queriendo con un fervor absurdo.

Somos tan diferentes que no hay lógica ni ciencia que explique la razón por la que me siento atraído por usted. Al momento de estar solos me arden las manos y estoy a punto de soltarle todo…pero la prudencia es mayor. Oh, prudencia, vaya calamidad. ¡Si mis manos lograsen alcanzar las suyas!

De acuerdo, esta forma de hablarte (y/o escribirte) es también absurda. Permíteme hablarte de una manera más salvaje, que pueda yo expresar más sobre tí. Caí de bruces, por casualidad, en un momento raquítico de mi vida, a la tuya. Sé que en el fondo hay algo contigo porque lo percibo, y al sentirlo lo ahogas, como a una cría salvaje que no debe salir a la luz.

Hay que darnos ese lujo, una oportunidad. Me dan ganas de temblar con el simple hecho de ser tuyo. Aún en las cercanías de un rompimiento quiero atreverme a conquistarte, a quererte. Ególatramente manipulo el tiempo y te doy respuestas sinceras, para que veas lo superior que soy a otros. Evito temas inadecuados que puedan desviar mis macabras intenciones contigo, tal vez es una forma cruel de ponerme a prueba y es cuando vuelvo a temblar, carajo, no estoy hecho para esto.

Lejos de tí soy como una puta pila de celular, demandante de su fuente de poder: tus ojos, tu sonrisa, y la espontaneidad con la que me platicas sobre cosas insignificantes. Tus mensajes, tu voz y esos garabatos en mis hojas me recordarán que en algún momento, hubo alguien especial. Sabré que tuve a alguien para querer…

Pero, ¿puedo convencerte yo de quererme? ¿De ser alguien importante en tu vida?

Dime, si yo puedo. ¿Con qué autoridad?

Son las 5:30 de la mañana. Me levanto de la cama, estiro mis huesos, hay algo que me da comezón. Soy puntual en levantarme, y me despierto primero que ella, siempre. Somnolienta, me sonríe todavía con las sábanas pegadas a su cuerpo. Su tersa mano acaricia mi mejilla, qué emoción. Muestro señal de mi alegría. Y comienza el día.

Desayunamos juntitos porque ella tiene que irse al trabajo. Es una lástima, no la vuelvo a ver hasta la tarde. A veces, hasta la noche. Se despide de mí y yo sólo me le quedo viendo, tumbado en la moqueta azul de la sala. Adiós, Helena. ¿Y qué diablos voy a hacer todo el día, solito?

Como si no lo supiera. Tomo un poco de agua antes de escabullirme por la trampilla de la puerta trasera. El viento y el sol me invaden, la luz es más poderosa, me anima a caminar más rápido. Algunos niños se me acercan, queriéndome tocar. Yo les mantengo la mirada fija, erizo mi pelo y zaz se acabó; los niños no me agradan. Mi tamaño me ayuda, los mantengo con esas simples señales lejos de mí.

Primera parada: la carnicería del señor Pacheco. Ya tiene mi ración de res preparadita, como siempre. Extiende su brazo hacia arriba, y yo hago brincos como desesperado, hago muecas y con eso don Pacheco me avienta el filete. De-li-cio-so. Le doy un lengüetazo amable en su mano y sigo mi ruta.

Por las otras calles se me unen otros de mi Clan. Nos reconocemos, ladramos un rato. A veces vamos al parque a perseguir pájaros o asustar ardillas. Corremos desaforados, sintiendo la libertad. Viviremos para siempre.

Nos cuidamos mutuamente, protegemos nuestro territorio de aquellos que quieren pasarse de listos. Los gatos no entran, simplemente ellos tienen su vecindario y nosotros el nuestro.

Regreso a casa un par de horas antes de que Helena llegue. Creo ella sospecha de mis huidas, pero no me reclama, ni deja de hablarme. Me busca al entrar por la puerta, nos saludamos con tranquilidad y ya. Eso eso todo.

Así pasan los días. Los fines de semana los dos salimos a pasear al parque, sin falta. Yo nunca he visto a Helena con otras personas. Mis amigos del vecindario tienen compañeros diversos, yo tengo a Helena y ella me tiene a mí. Nada más.

Un mal día me sentí extraño. No quise levantarme. Helena, apurada, me miró de manera extraña, y salió deprisa. Yo opté por quedarme acostado en mi cama. Al día siguiente fue igual. Y al siguiente. Y al siguiente. Así durante mucho tiempo.

Entonces Helena me llevó en su auto a un lugar extraño, con personas vestidas de forma extraña. Me manosearon mucho y de repente sentí un pinchazo: de mi patita me sacaron algo caliente. Helena parecía preocupada.

Regresamos a casa. Helena me ha estado cuidando e insiste en que yo coma, pero no tengo hambre. Cada día me he estado sintiendo peor, sin ánimos para levantarme. Eso no es lo más raro, lo que me entristece más es el rostro de mi compañera, acostada en el piso junto a mí, llorando. ¿Qué me pasa, Helena? No insistas, esas cosas que quieres que me coma saben horrible. Sólo quiero estar aquí, acostado, contigo. Sólo quiero que ya no llores. Quiero descansar ya, de una vez, quitarme esta incomodidad y este dolor.

Esta mañana despertamos. Pero yo te veía desde muy lejos…y lloraste, lloraste mucho, amiga. Yo estaba acostado, no me movía, fue raro. Ya no llores, porque hoy, hoy conocerás a alguien especial, estoy seguro. Alguien que llenará el hueco que yo te dejé. No llores, Helena. Espera hoy y siempre, lo mejor.

Ciclos.

Ahora que todo se vuelve más claro en torno a mi futuro, pienso que es al revés.

De esas veces en donde te pones a pensar en lo que haz hecho bien y mal en el transcurso de este año. Y me he dado cuenta que ha sido un año con muchísimas experiencias. Quizás el más enriquecido en este aspecto, en lo que tengo de vida.

Ahora ya quiero cerrar este ciclo. Me esperan cosas y vivencias que debería de haber tenido.

Por eso, dejaré de lado muchas cosas, para entrar de lleno a todo lo que me espera.

Lejana

La tarde luce tan fresca y tranquila… me sigue recordando la dulzura de tu voz, la delicia de tu piel. El cenit se aferra aún al verano, yace en su ocaso y yo aún sigo aquí, pensando que hoy no te vi feliz, que ya van tres días sin hablarte y así seguirá la mortal cuenta del tiempo. Voy a extrañarte enormidades, ¿qué voy a hacer mientras?  Me gustaba la forma en la que me hablabas, tu andar, tu mirada.

 

Fue mágica y cruel la realidad con la que soñé ayer contigo, soñé que mis dedos rozaban tus labios y de ellos extraía una tierna verdad, que te amo y que aún te aferras de este lado de la vida. Luchas por los dos. De tu corazón vasto y profundo hay una dulce retahíla que exclama fulminante “no te vayas”.  Será muy prolongado el tiempo en el que estés lejos, tal vez el resto de mi vida.

 

Tú empezaste todo, nos conocimos de una manera inverosímil, hiciste una pregunta o un comentario sordo, sin relevancia. Pronto me enganché a tu eléctrica compañía. Y así fue como mi inspiración, pacientemente, cabalgó hasta mí de nueva cuenta. Tal vez esa fuente de vida en letras se posó en tus ojos, admiró tu belleza o se incubó en tus labios; mutó en tu pelo y reclama su origen, llamándome.

 

De tu corazón dormido, me adhiero al deseo de ver tus ojos abrirse de nuevo. La única señal de resistencia que aún demuestras es el débil pulso que se mantiene firme, realizando una débil sinapsis a este lado del camino. Me das una razón infalible para seguirte queriendo conforme te vas alejando, para no perder mi fe en tí. Tu alma repta a mí todas las noches y rezamos para que no sigas esa luz.

 

Sé que puedo esperarte esta noche, el día de mañana y pasado mañana. El mes que entra, años, el tiempo que sea necesario. No te vayas, al menos donde no pueda admirate y tomarte de la mano. Si decides marcharte no podré seguirte a ese plano, no podría cruzar ese abismo.

 

Sentado junto a ti, en esta cama de hospital, con el ruido del monitor como fondo, te encuentrodormida, fría, casi muerta, lejana.

 

El Vigilante

X veía, parado en la estación de camiones, aquel departamento, que se dejaba ver a través de las persianas abiertas. La luz de la habitación era tenue, y de la pared lateral colgaba un cuadro bastante grande, que visto desde el ángulo donde lo apreciaba X, era imposible de distinguir.

Pero lo que siempre veía X con gran interés era a aquella joven, de cabello café oscuro que se enroscaba en finos rizos; a pesar de la altura y la distancia, sus brillantes ojos azules destellaban como la luna reflejada en el mar. De una belleza que rayaba lo intrépido, aquella joven siempre mantenía las cortinas y persianas abiertas, que permitían la vista hacia la avenida, o más bien, hacia la parada de camiones.

A veces, X no tomaba el camión inmediato, y no porque fueran llenos de gente, sino que se quedaba ahí parado, observando cada movimiento de Regina. Sabía su nombre, sus costumbres, gustos, a lo que se dedicaba, todo, como si la conociera de toda la vida. Sin embargo, ni siquiera habían cruzado palabras entre los dos.

Porque X era el espía único. El espía guardián. El espía que en ocasiones abandonaba la oficina por seguir a Regina a todos lados: la escuela, trabajo, compras… era el espía indetectable. Así, tenía un registro de todo lo que le agradaba y molestaba a la mujer.

La primera vez, la vio en el mismo lugar donde él estaba en ese momento. Alzó la mirada, y encontró en aquella ventana a la mujer más enigmática que había conocido. De facciones limpias, claras, de mirada fija, se veía siempre sola, triste… desde aquel día, X se propuso conocerla, pero no de la manera como había terminado de hacerlo. Había planeado ir a aquel edificio, subir al tercer piso, con el número 1150 y tocar la puerta:<< Hola, soy X, y quiero invitarte un café, a cenar, al cine, a donde tú quieras, pues, sabes, quiero conocerte>>. Sí, sonaba descarado, pero X no era nada tímido; era una persona muy intuitiva, seguro de sí mismo: siempre obtenía lo que quería. Así, había asegurado un buen puesto, elogios por parte de su jefe… en sus épocas de colegio, reconocimiento de profesores y respeto de sus compañeros… pero en los terrenos del amor, era el peor. Amores vacíos, tristes y conflictivos lo seguían con una demasía excesiva.

En la oficina, mentía de un amor que sólo existía en su cabeza. Era Regina. Presumía de varios años de felicidad y dicha, obviamente nunca la había llevado con él a reuniones, comidas, cenas ó eventos de la empresa, en cambio, las excusas estúpidas suplían a la invisible, a la imaginaria.

-De seguro, que tu novia es tan fina que ni se junta con tipos como nosotros- le dijeron una vez-. No es eso, sólo que Regina se sentía mal, ya sabes, trabaja y estudia tanto…no sé que voy a hacer cuando el teatrito se me caiga por completo…me veré como un imbécil, nadie me creería nunca…-ya van tres veces que dices lo mismo-reclamó una de las secretarias, mientras tomaba de su cerveza, en un día de ésos, cuando iban al bar acostumbrado- tarada, cállate, ni novio tienes, pinche gorda, ni quien te quiera-.En fin, qué se te va a hacer-hipó el tipo que había iniciado el tema.

Cuando el tema se iba haciendo recurrente entre ellos, X pensó actuar de inmediato. No soportaba recordar los comentarios: …carcajadas……más carcajadas…pero el era un cobarde, y los comentarios eran cada vez más burlones, hirientes, y lo único que provocaban era furia y desconfianza en sí mismo; además, sus tiempos de espía se volvían desesperados, la buscaba y seguía con más frenesí, con urgencia, con motivo de hablarle, pero…

El impedimento eran sus ojos, que se tornaban más azules, negros, verdes, de miel, su mirada cambiaba con el color, el impedimento era su pelo que se volvía cada vez más irresistible, el impedimento era su cuerpo, camino sinuoso y misterioso, tan extraño que costaba trabajo acercarse, el impedimento era su soledad de piedra, el impedimento era su silencio marcado por sus pasos lentos. Su intención murió con su primera mirada, sí, la primera que se cruzaba por fin entre los dos, ahí, en su café favorito, ella, del otro extremo del lugar. Eso era el primer indicio que marcaba su existencia, y sí, también la primera sonrisa que se dirigía a él y que lo cubría con una gloria infinita, mortal; así siguieron cruzando miradas, sonrisas, palabras sin hablar, conversaciones enteras disueltas en una telequinesis etérea e invisible que inundaba todo el lugar.

Entonces, cuando ella salió del café, la siguió. Regina lo notó. Iba camino a su departamento. A pesar de haber sido detectado, y de que estaba siendo seguida por un desconocido, se volvía para verlo, cada vez con una sonrisa. La imaginación de X entonces se despegó, y fue a dar a una escena de ellos dos solos, siendo felices, viviendo en un mismo lugar, compartiendo una vida hasta la muerte; por qué no, hijos pequeños a su alrededor, una linda casa, en fin, una dicha que no era imposible de alcanzar.

Cuando se dio cuenta, subía por las escaleras que conducían a su pieza. Las escaleras eran negras y de espiral, con poca luz. Contó los tres pisos, llegaron al 1150, la puerta se abrió sola, y la oportunidad perfecta apareció.

Cuando X entró, vio a Regina sentada, en una mecedora, leyendo. A su lado había una cuna de terciopelo negro. De repente, notó que las paredes eran blancas, y que no había ningún mueble, a excepción de la mecedora y la cuna. Al fondo, una ventana emanaba una luz que se amplificaba con la blancura de la habitación, volviéndola de una pureza intimidante. Fue cuando Regina se percató de su aparición, y unos ojos en completa oscuridad lo miraron, una mirada tan terrible, tan aprisionadora, que X no la pudo aguantar.

La luz se intensificaba, y ella se acercaba, con su vestido de velo negro, y una desilusión se apoderó de él; notó que sus ojos tenían una rara sensación macabra, vacía y penetrante… sus manos, delgadas y pálidas, alcanzaron sus hombros y subieron hasta su cuello, aferrando las uñas a la piel.

X intentó despegarse. Forcejeó todo lo que pudo, pero Regina no lo soltó. La luz era ahora tan intensa, que lo único visible era la negrura de los ojos de esa mujer y la sangre que corría por el cuello de X, la sangre que le succionaba la vida, y que lo llevaba a una profunda agonía.

Jugo de Luna

Esta metrópoli te va devorando, lentamente. De noche su instinto cazador te va atrayendo hacia sus inverosímiles luces, ambiguas, monótonas, entre escaparates de prostitutas y alcohol corriendo como río sin frenos entre las avenidas más recurrentes del laberinto de cemento llamado ciudad.

En el bus me doy cuenta de todo ello, observando atentamente cómo la vida de los demás se desarrolla prontamente, atascada de formas atractivas donde la lujuria busca desplazar a la asquerosa monotonía de la gente…

Me he vuelto mezquino y desconfiado desde que te fuiste, no soy un persignado ni mucho menos, tú y yo vivíamos desenfrenadamente un amor tormentoso e intenso, donde los actos de escapismo que hacíamos para irnos a follar eran brutalmente recurrentes. Tú me amabas y yo te lo correspondía, pero,  ¿quién sabe qué diablos nos destruyó?

Creo nos distanciábamos desde el momento que empecé a elaborar recetas para la suerte. Conseguía con un poco de rayos de sol, un puñado de luces de arcoíris y hachís la felicidad instantánea engendrada por la buena suerte. Comencé su consumo de manera muy moderada, inclusive tú empezaste a fumar tantito de la sustancia feliz y nos divertíamos enormemente en el delirio de las sonrisas y carcajadas. Eso nos ponía de excelente humor y nos gastábamos los fines de semana entre las sábanas, tu hermoso cuerpo de seda y las pipas rellenas del líquido de la receta de la suerte. Era maravilloso cogerte con tantísima alegría, qué barbaridad.

Las épocas difíciles para nosotros eran las del invierno, la ciudad se cubría de un frío penetrante que nos mermaba la luz del sol, y las lluvias eran escasas…la materia prima para echar al fuego y hacer parsimoniosamente la receta de la felicidad escaseaba de manera alarmante. Ya no sabíamos que hacer.

Entonces ideamos, ¿lo recuerdas? Una receta para mantenernos enrrollados en la cama. Le echamos a la olla uno de tus mejores juegos de lencería, un par de condones y pensamientos morbosos. ¡Puff! El producto resultaba con mejores efectos si se bebía como si fuera café negro: ardiendo en pasión. Conseguimos una manera más directa con ello de llegar al momento que la mayoría de las veces aterrizábamos con la receta feliz: el sexo. Lo hacíamos de manera salvaje, era puro placer animal.

Llegamos a un punto, tras tres años de andarnos drogando con estos menjurjes, que el sexo nos distanció. Ya no había palabras de amor, ni caricias, ni detalles que enriquecieran nuestra relación. Ésta era una ecuación múltiple con factores que se acomodaban así: droga del sexo/felicidad + nuestros cuerpos= sexo bestial. Y ya. No había más variables, y el resultado era siempre el mismo.

Y fue cuando te marchaste.

Los tiempos de soledad se hacían eternos, largos y laxos, llenos de recuerdos tuyos: tu sonrisa, tu perfume adhiriéndose como calcomanía olfatoria a mi alma, esos labios entreabiertos, teñidos de carmín, separados sensualmente, como esperando una respuesta o un asalto violento sobre ellos para ver cuánto te deseaba… tu pecho ascendiendo bruscamente, reteniendo en una retahíla el aliento consumido en amor…eso éramos,  ¿a dónde carajos se fugó todo?

Comencé a extrañar ese cuerpo liviano, de agua, con el cual solía saciar mi sed indomable, tu espíritu inquebrantable y ese andar tuyo, tan hermoso, tan mío. Ya no distinguía si eras sueño o realidad, te ibas distanciando hasta de lo que yo más hubiese querido, eras una sobredosis perfecta para matarme con un beso bajo la luz crepuscular.

Vacío, vacío, vacío. No había mujer que filtrara a cada célula de mi cuerpo esa pasión desbordada como tú lo hacías. Busqué en otras tu perfume, tu tacto. En una de ellas encontré una gota de sabiduría, en otra una pizca de ansiedad, en alguna desafortunada hallé recónditamente, camuflajeada en buenos modales, una actitud morbosa y sumamente ardiente. Pero nada como tú, nada, eras tan irrepetible…al parecer tu esencia estaba perdida, y yo, planeta errante, buscaba una órbita tan estable como la tuya.

Una tarde de lluvia encontré una foto tuya. Recordé el momento en el que te la tomé: habíamos tenido sexo y tú dormías apaciblemente. Te veías terriblemente hermosa, tan pálida… en mi almohada hallé cabellos de oro, tan largos, tan bellos…

Era de noche y me consolabas, recosté mi cabeza  en tus piernas y ahí me quedé, quieto y mirándote a los ojos plácidamente. Tu cabello era un manto dorado cubriendo mi rostro del exterior: como un manto de amor…

Han pasado horas, días, semanas, ¿o años? Qué importa. El tiempo es inalterable sin ti.

Ya no me muevo, soy un vegetal a punto de morir. Los rayos de sol se desprenden por la ventana y se esparcen por el piso, sin inundarme con su calor.

Las noches son afiladas y  la luna es una esfera melancólica que emana una luz muerta. Con eso elaboro otra poción, la última, la definitiva: la de la muerte. Un jugo de luna.

Ahora el cielo es una esquina estrecha donde no hay vuelta atrás.

Ser (extraño, ajeno)

Amanece.

Despierto de repente y siento que algo me hace falta. Y el espejo me da la respuesta a esa incapacidad de sentirme completo. Hay otro yo, en el otro lado del cristal que según él, me refleja.

Mentira: ése no soy yo. Parece más confiado, más fuerte y astuto. Mucho más temerario, con un ego notable. Se siente fuerte, no hay debilidad en él.

Se viste, puedo verlo, el espejo es enorme. Absurdo, siempre pensé que el espejo se revelaría ante mi frágil y raquítica imagen.

Ahora lo persigo, incrédulo, sabiendo que en cualquier cristal lo podré ver: escaparates de tiendas ridículas, elegantes o inútiles. En el reflejo indemne en los cristales de los autos, en los espejos octagonales de las paredes. Y ahí está él, poderoso, y se dirige a ella…

Y noto cómo se transforma en un toro blanco. Ella lo monta, la secuestra, se van juntos. ¡Se lleva al amor imposible de mi vida! ¡Secuestra a la mujer que amo en secreto! Y cualquier intento de sorprenderlo, detenerlo, no tendrá efecto alguno…

Ahora me declaro culpable (al ser  mi  propia tortura)  tu espía, pernoctar todas las noches y grabarme todos tus movimientos, la comisura de tus labios, esa mirada de relámpago que me das al verme. Ser un simple espectador de lo que no somos, ser el que te desea más que nadie y saber, que no serás nada más. Eres un ser imposible.

Yo decidía ser la gota que recorre tu cuerpo, tu cuello. Anhelo ser el vapor que sale de tu boca, el rayo solar impregnando tu dulce espalda de miel. La Luna volcándose en tus ojos, el velo que los cubre y ahí, en ínfimo espacio, retozarnos en la eternidad fugaz del mundo Onírico.

Envidio los caminos que pisas, alguna palabra dulce tuya dirigida a un tercero, la atención que le prestas y hasta las miradas de complicidad. Transformarme en tu continuidad diaria.  Todo eso quiero ser. Somos imposibles.

Voy a ser el cráter del volcán que emana cenizas de amor, para que se aniden en tu ventana. De ahí, un fénix te cantaría cada mañana.

Ya no sé en qué más transformarme, en qué más ser, convertirme, mutarme. Decido ser todo aquello que te acompañe.

Pero somos imposibles. Está decidido. El que te alejó de mi, lleva la delantera, me ha ganado tu amor.

La Amiga Eterna

Los humanos como tal tendemos a erradicar prácticamente de nuestra mente a la Muerte. Le tememos, le respetamos, a veces la adoramos. Pero casi siempre la ignoramos.

Estoy en este mismo momento anotando esta reflexión mientras me tomo un chocolate caliente. Sentir la bebida correr hasta el esófago, llenando de calor, me hace pensar que lo único que tenemos en esta vida que vale la pena es el sentido de sentir: Válgame, el poder admirarnos de las cosas ordinarias y pequeñas.

A mí me enseñaron muchas personas a valorar todo, desde mis gadgets hasta una broma simple de mis amigos. Intento todos los días obligarme a hacer bien las cosas. Imposible que todo me salga de perlas siempre, pero lo que realizo día a día le imprimo pasión. O eso quiero al menos creer.

Este tipo de cuestionamientos introspectivos suelo hacerlos cuando estoy triste, o veo desde cerca la muerte.

Ayer regresé de vacacionar con mi hermana y lo peor de todo, es que por el trayecto murieron 12 personas en la carretera. ¿Y si hubiésemos sido nosotros? A mi vecino igual, se estrellaron y un angelito (un bebé) ahora acompaña a Dios. Y ahora, un familiar mío está también con Dios.

Me siento mal. ¿Qué hacemos para merecer la vida, o la muerte? Es aquí cuando me cuestiono muchas cosas. Yo no le temo a la muerte en sí, ni al dolor, ni al sufrimiento físico. Acepto la muerte como un contrato preestablecido que nos regala Dios, o quien sea que nos de la vida. Le tengo miedo a dejar cosas pendientes. Terminar la carrera, hacerme un verdadero profesional. Encontrar el amor, decirle a una mujer todas las mañanas «buenos días, amor». Ser alguien ordinario en la masa de personas, ser alguien extraordinario para alguien más, y sobre todo, para mí mismo.

Dejar asuntos pendientes. Qué horror. Pesadilla que me carcome dentro.

Ahora es cuando pienso: «shit, soy afortunado por tener todo y no tener nada». Gracias Dios, gracias Padres míos, al Cielo, a la Tierra. No creo en una religión específica, pero si hay un ser divino, si que juega malas pasadas con todos nosotros…

Y a tí, que no te conocí mucho: ojalá estés tranquila, en paz, en amor. Cuida a tus padres desde donde estés y dales armonía. Te vamos a extrañar.